Encuentro sobremanera importante la propuesta de José Luis Corragio de noviembre 2016 para potenciar la economía de los trabajadores. Aunque parezca una exageración, creo que señala una pista a seguir para salvar a la humanidad del caos social y para salvar la biosfera de la extinción. Es muy importante.
Antes de considerar mis razones por apoyar la propuesta de Corragio, conviene leer su texto que estoy comentando. Es disponible en diez incisos breves y claros en este enlace: http://repensar.cl/wp-content/uploads/2013/12/Propuesta-de-Corragio-14-Nov-2016.pdf
Estando de acuerdo con Corragio, aclaro que no soy ni anti-capitalista ni anti-capitalismo. Cuando por obra y gracia de la Coca Cola, gozo de una lata de cerveza de buena calidad y de bajo costo, producida por uno de los múltiples subsidiarios del dicho colosal holding transnacional, no puedo no sentir gratitud. Me acuerdo de los refugiados de la Unión Soviética quienes lloraron con lágrimas de pura alegría cuando después de llegar al occidente entraron en un supermercado y vieron la abundancia de bienes a precios asequibles. Por razones que esbozaré a continuación soy un socialista partidario de construir el socialismo con los empresarios y no contra los empresarios. Dicho de otra manera, soy un idealista.
Según mis cálculos aproximados, el capitalismo –matizado en sus mejores tiempos por el keynesianismo y la democracia social– ha traído la seguridad económica a quizás 20% de la familia humana. Celebremos el hecho que esta multitud minoritaria entra con confianza al supermercado y sale con mercadería y sin endeudamiento. Celebremos también otro hecho: en la etapa actual del desarrollo moral de la humanidad, la mayoría con vida precaria[1] tiene derechos sociales. Todos tenemos derechos sociales según la ética, según las constituciones nacionales, según las declaraciones internacionales, y según las leyes. Pero no según la realidad. Por eso –¿me entiendes? ¿tengo razón? – todos tenemos el deber de cooperar para cambiar la realidad. Celebremos el consenso moral que promete un futuro mejor.
Hay aquí una de las muchas bellezas de la propuesta de potenciar la economía popular de los trabajadores. Aunque los gobiernos sean en principio los garantes de las constituciones y las leyes, los gobiernos a menudo no pueden y a veces ni quieren cumplir. Frente a esta realidad, Corragio plantea la autarquía de la economía solidaria popular. El pueblo se defiende en el plano económico, con o sin políticos, con o sin empresarios. Sin esperar las próximas elecciones, y sin esperar las próximas grandes inversiones del gran capital internacional, los trabajadores se organizan desde ya para que cada quien goce del derecho a vivienda, del derecho a la salud, del derecho a empleo digno, del derecho a la educación –y en fin de todo lo que la dignidad humana exige y la realidad niega.
Hay más. Todavía no he contado las bases de mi opinión que la propuesta de Corragio de noviembre 2016 es sobremanera importante. Veo en ella una estrategia para cambiar el rumbo de la historia. Creo que al actuar para salvar a sí mismos, los trabajadores que se suman al proyecto de la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular) articulado por Corragio actúan para salvar también hasta a los capitalistas y hasta a la madre tierra.
Te daré a continuación en resumidas cuentas[2] las razones que fundamentan mi opinión. Como ya insinué, creo que los capitalistas tienen la razón y que los socialistas tienen la razón. Dicho de otra manera, la razón tiene la razón. Vale decir, cada una de las partes que entran en un dialogo en forma sincera, a fin de buscar juntos la verdad y el bien, tiene la razón en la medida en que los hechos y la lógica coinciden con su pensamiento. En las palabras de Platón el alma debe ser guiada por la logistiche psuche, o sea por aquella parte del alma que escucha a la razón. El orgullo y el apetito deben aceptar su liderazgo y obedecerla. Semejante visión de la autoridad moral de la razón tiene raíces profundas en las tradiciones occidentales. Según el evangelista San Juan, Dios mismo es logon.[3]
Como ya adelanté citando como evidencia los supermercados, los capitalistas (en estrecha alianza con los investigadores científicos) tienen la razón (selon moi) por (pero no solamente por) la enorme productividad de su sistema. En nuestro mundo dominado por el capitalismo hasta los pobres disfrutan de teléfonos celulares. Google entrega a todo el mundo toda la información del mundo, y para colmar este milagro capitalista la entrega gratis. La población de la tierra es mucho mayor que Thomas Malthus creía posible porque la productividad de la agricultura es mucho mayor que Malthus creía posible.
Los socialistas tenemos la razón (selon moi) por (pero no solamente por) entender que el mundo actual, con todas sus luces y todas sus sombras, no puede seguir existiendo. Va rumbo al caos social y a la extinción de la biosfera. Interpretamos el mundo con la finalidad de transformarlo. Participando en esta tradición fundamento a continuación mi manera de entender la propuesta de potenciar la economía de los trabajadores como una estrategia para cambiar el rumbo de la historia.
Propongo una lectura de la historia que la piensa como evolución cultural. Los seres humanos tenemos vocación de concientizar (vale decir, facilitar la capacidad de distinguir entre lo que es naturaleza y lo que es cultura) y vocación de emprender junto con otras la acción cultural para transformar el mundo.[4] (Paulo Freire) Sobreviven aquellas culturas (aquellos “sistemas” en el vocabulario de Francis Fukuyama; aquellas “civilizaciones” en el vocabulario de Arnold Toynbee) que logran alimentarse y defenderse.
Entendiendo la historia como creación y selección de culturas, se supera la disyuntiva en la sociología entre modelos de consenso (tipo Durkheim o Parsons) y modelos de conflicto (tipo Marx o Nietzsche). Los conflictos suelen ser conflictos entre consensos; suelen ser conflictos entre organizaciones organizadas por culturas. Las culturas más productivas en su relación al medio ambiente (Jared Diamond[5]) y con mayor integración social (“cohesión social” en el vocabulario de Marcel Mauss) sobreviven. Las otras no. Debido a la necesidad de la integración social para poder sobrevivir, el idealismo es el verdadero realismo.
De hecho, la historia ha seleccionado las culturas que funcionan con economías de mercado, y entre ellas las de mayor escala, de mayor capital acumulado, y de mayor sofisticación tecnológica. La tendencia de la historia ha seguido la secuencia trazada por Carlos Marx en los primeros capítulos de El Capital.
En muy resumidas cuentas, Marx traza lo que él llama “formas de valor” partiendo del primordial metabolismo de las culturas humanas, v.gr. su intercambio de energía y materia con el medio ambiente, v.gr. el trabajo; llegando luego a vender para comprar (llevar un pollo a la feria para venderlo con el objetivo de conseguir granos para comer); después llegando a comprar para vender (comprar granos para venderlos posteriormente cuando suba el precio); luego comprar para producir para vender (comprar fuerza de trabajo y otros insumos con la finalidad de producir mercancía para vender); luego comprar con el propósito de producir para vender para lucrar (desde un principio invirtiendo dinero con el propósito de terminar con una mayor cantidad de dinero); hasta “¡Acumular, acumular, este es la ley y los profetas!” (las ganancias son re-invertidas en ciclos sin fin de acumulación de capital).
En otros textos Marx anticipa la etapa posterior típico del siglo veintiuno en la cual la especulación financiera tiende a dominar la economía real que produce bienes y servicios.[6]
Adam Smith[7] y otros agregan que los países en los cuales se acumulan grandes capitales puedan desplegar grandes armadas y grandes ejércitos. La acumulación económica y la acumulación militar se potencian mutuamente.
El desenlace es el mundo que nos rodea hoy.
Poco a poco la historia ha producido un mundo en el cual el pan diario de las mayorías se produce solamente si hay acumulación de capital. Ha llegado a ser una necesidad física establecer y mantener condiciones favorables para invertir dinero con la intención de lograr rentabilidad. La vida depende de la producción. La producción depende de la inversión. La inversión depende de la acumulación de capital, vale decir la rentabilidad. Por eso, la vida depende de la rentabilidad.
El Mecanismo Básico que define la época histórica que nos toca vivir determina que en la medida en que el sistema dominante domina, el mundo se mueve por lucro. Sin lucro no se mueve. Dicho de otra manera, el mecanismo (la causa) que genera la producción de bienes y servicios es la acumulación del capital. Su punto de partida es la inversión de dinero. Su punto de llegada es la rentabilidad.
Sin rentabilidad no hay (en la medida en que el sistema dominante domina) ni bienes ni servicios. Por eso tiene que haber un régimen de acumulación.[8]
Un régimen de acumulación es un gobierno, y más que un gobierno es una forma de vida, organizado íntegramente para facilitar la rentabilidad de las inversiones. La educación, el nivel de sueldos, el nivel de los impuestos, la música, la vida familiar, la policía y el ejército, la religión en fin todo, giran en torno a esta necesidad física.
El Mecanismo Básico requiere si no un régimen de acumulación determinado otro régimen de acumulación, si no un régimen keynesiano, un neoliberal, y si no un neoliberal un estado desarrollista, y si ninguno de los tres algún otro que cumpla con la necesidad de asegurar la rentabilidad de las inversiones. Sea lo que sea el régimen de acumulación, el Mecanismo Básico determina el fracaso de lo que se llama “populismo.”
El populismo respalda a los sindicatos; sube los sueldos y las jubilaciones. Sube los impuestos para poder subir el gasto social. En un mundo globalizado donde cada uno de 196 países compite con los otros 195 para atraer inversiones, el fracaso del populismo es inevitable. El Mecanismo Básico lo hace inevitable. El fracaso del populismo a su vez hace inevitable el caos social.
En el inevitable fracaso del populismo lo más típico es que los pobres se quedan sin trabajo. La inflación socava el poder adquisitivo. El pan y los pañales se escasean.
La condición previa sin la cual los pobres no consigan ni sueldos ni productos para comprar con sus sueldos es que los ricos se vuelven aún más ricos. Por eso, el mecanismo de la acumulación tiende a producir la desigualdad extrema y la exclusión. No las produce porque convienen a los ricos. Las produce porque así funciona el mecanismo. Dicho mecanismo es el producto de una evolución histórica. Los ricos puedan creer que la extrema desigualdad les conviene. Los pobres pueden creer que la extrema desigualdad conviene a los ricos. Pero no es cierto.[9]
La derrota reiterada de la ecología y de la justicia social cada vez que chocan con la rentabilidad, no representa solamente la rendición reiterada de los ambientalistas y de los socialistas ante al poder político abrumador de los capitalistas. Representa también la necesidad de ceder al imperativo practico de producir pan para los pobres y pañales para sus nenes. Es el sistema lo que condena a la humanidad a caminar al caos social y rumbo a la extinción. Sin transformar el sistema no hay gobernabilidad. Sin gobernabilidad no podemos revisar las leyes de la sociedad para que sean compatibles con las leyes de la física, la química, y la biología.
Para Laclau y Mouffe,[10] como antaño para Antonio Gramsci, un problema central es que las clases subalternas cooperan en su propia dominación por una falsa conciencia. La solución es una estrategia cultural socialista que exige consecuencia en el plano de los valores: democracia económica y democracia en general y no solamente democracia política. Su pensamiento es atendible. La reforma intelectual y moral siempre vale. Sin embargo, sea lo que sea la consciencia, en el momento de desafiar al régimen de acumulación, el sistema cuenta con un arma aplastante: obliga a la gente a hacer cola por dos cuadras para conseguir medio kilo de pan, cuatro cuadras para pañales, penicilina no se encuentra en ninguna parte, comer una vez por día o día por medio (caso de Chile en 1973 y ahora Venezuela). Corragio y la CTEM proponen una estrategia más aterrizada.
Corragio va al nudo: El gran capital domina el mundo porque todos dependemos de sus operaciones para conseguir nuestro pan diario. POR LO TANTO, TENEMOS QUE DEJAR DE DEPENDER DEL GRAN CAPITAL PARA CONSEGUIR NUESTRO PAN DIARIO. Así (selon moi) Corragio abre un camino que nos conviene a todos, incluso a los más privilegiados. Es un camino de la ingobernabilidad a la gobernabilidad. Aunque no puedo no sentir gratitud por los productos de buena calidad con precios asequibles de la Coca Cola, si consumo una cerveza artesanal de la economía popular local, aporto a un bien mayor: a la gobernabilidad.
Es un camino transitable. Corragio propone incorporar experiencias exitosas ya realizadas a un movimiento social más amplio. Suman y siguen experiencias de economía solidaria de casi todos los países hispanoparlantes y luso parlantes. Considera también, entre otras, las tradiciones solidaristas y cooperativistas europeas.[11]
Además de ser una propuesta para reinventar la economía popular, es un proyecto país. Siendo un proyecto país, no puede abandonar los dones de la historia (el capital acumulado) y los dones de la naturaleza (los recursos naturales) a una lógica egoísta de minorías privilegiadas. Un proyecto país, aunque nazca como propuesta de economía popular, tiene que considerar los aportes al bien común de otros sectores. Tiene que considerar la reinvención del estado[12], la reinvención de la empresa,[13] la reinvención del dinero,[14] y todo lo que Corragio llama “resignificar.”[15]
[1] Guy Standing, El Precariado. España: Editorial Pasado y Presente, 2013.
[2] Doy más detalles en escritos que fácilmente se encuentra en Internet, entre otros lugares en Amazon, www.repensar.cl y www.chileufu.cl.
[3] Juan I: 1.
[4] Ver las obras de Paulo Freire y sus seguidores, entre otras la mía La Evaluación de la Acción Cultural disponible en la biblioteca digital de CIDE, www.cide.cl.; y Cartas desde Quebec. Rosario: Tinta Roja, 2008.
[5] Jared Diamond, Armas, Gérmenes y Acero. Madrid: Editorial Debate, 1998.
[6] http://michael-hudson.com/2010/07/from-marx-to-goldman-sachs-the-fictions-of-fictitious-capital1/
[7] Adam Smith, La Riqueza de las Naciones. (primera edición 1776). Al final de la primera parte del primer capítulo de Libro V.
[8] El concepto de régimen de acumulación fue acuñado por la escuela regulacionista de la Universidad de Grenoble. Ver Michel Aglietta, Régulation et crises du capitalisme. Paris : Alternatives Économiques Poche, 2005. David Harvey lo utilizó para estudiar la transición cultural desde un régimen Fordista/Keynesiano hacia un régimen neoliberal. David Harvey, La Condición de la Postmodernidad. Buenos Aires: Amorrartu, 1990.
[9] Richard Wilkinson y Kate Pickett, Desigualdad: un análisis de la (in)felicidad colectiva. Madrid: Turner Publicaciones, 2009.
[10] Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y Estrategia Socialista. Buenos Aires: Siglo XXI, 1987.
[11] Jean-Louis Laville, L’economie solidaire. Paris: Pluriel, 2013.
[12] Pierre Calame, Hacia una Revolución de la Gobernanza: Reinventar la Democracia. Santiago de
Chile: LOM, 2009.
[13] Bernardo Kliksberg, Mas Ética, Mas Desarrollo. Buenos Aires: Instituto Nacional de Administración Publica, 2006.
[14] L. Randall Wray, El Papel del Dinero Hoy: La Clave del Pleno Empleo y la Estabilidad. México: UNAM, 2007.
[15] Las obras completas de Corragio se encuentran en www.corragioeconomia.org