“Nuestro mayor problema político es la falta de imaginación” ˗ Michel Foucault

En Chile hay marchas multitudinarias contra su insólito sistema para financiar las jubilaciones. Contra las “AFP” Asociaciones de Fondo Previsional.

En 1981 durante la dictadura de 1973-1990 un gobierno de facto realizó en materia de pensiones un experimento neoliberal.   Según las luces de las teorías neoliberales el resultado debe haber sido genial.   Las AFP iban a capitalizar la industria y a la vez asegurar para la masa trabajadora una vida digna en su tercera edad.

Armados con una teoría científica dudable, y armado con metralletas y tanques indudables, y con el respaldo temible de una policía secreta capaz de hacer desaparecer a cualquiera; el gobierno de facto se apoderó de los fondos que los trabajadores tenían depositados en el antiguo sistema de “cajas” sin la  autorización de sus dueños.  Sus ahorros fueron obligatoriamente traspasados a entidades nuevas: las AFP.

Las AFP eran y son entidades privadas. Compiten entre sí para atraer fondos. Los trabajadores (considerando como “trabajadores” todos quienes cotizan anticipando su vejez) forzosamente tuvieron que poner su dinero en una u otra AFP. Pudieron elegir cuál. El objetivo de la competencia fue bajar los costos de administración y subir la rentabilidad de las inversiones.

Los costos de administración de los fondos de hecho ascendieron a casi 5% antes de una reforma en 2008, y aun después de aquella reforma suelen ser dos o tres veces el costo de administración de fondos similares en Suecia (0,41%).  La rentabilidad de las cuentas de las personas que ahorran ha sido baja.  Descontando los cargos por administración, recién la tasa de retorno interno ha sido 3,0% para mujeres y 3,1% para hombres.

Las AFP invierten los fondos fundamentalmente en la bolsa de valores de Santiago, en instrumentos de deuda corporativa y en empresas de seguros que a su vez hacen inversiones. De esta manera el dinero de los trabajadores sirvió para capitalizar grandes empresas nacionales que estaban en1981 fuertemente descapitalizadas o inexistentes.

El trabajador cotizante financió la viga maestra del milagro económico chileno. Fue un milagro que privatizó (a menudo a precios viles) la Línea Aérea Nacional, el Banco del Estado, el complejo siderúrgico de Huachipato, y la mayoría de las otras grandes industrias que habían nacidos en el sector público y/o con el apoyo público de la Corporación de Fomento (CORFO). Fue un milagro que ha ganado para Chile la distinción de ser el país más desigual de todos los países de la OCDE (siendo los Estados Unidos el segundo más desigual, y Dinamarca el menos desigual).

La generosidad obligatoria de los trabajadores aportó a la base que permitió la construcción de una pirámide social en cuya cúspide se sitúan algunos miembros del club exclusivo de los más ricos de mundo. Son chilenos capaces de tratar de igual a igual en Davos con los Bill Gates, los George Soros, y los Carlos Slim.

Fue un milagro que hasta el día de hoy deja a las mayorías a la zaga, percibiendo sueldos pobres en un país rico. Hay excepciones. Una excepción es el caso de los trabajadores sindicalizados de la minería.

 Lo que es peor, más de 80% de los chilenos perciben jubilaciones a todas luces insuficientes para vivir. La mitad de las mujeres se jubilan con menos de 43 mil pesos mensuales (USD 64). Vale decir se jubilan con nada. La mitad de los hombres jubilados perciben menos de 112 mil pesos, lo que vale decir se jubilan con casi nada. Por eso el gobierno se encuentra obligado a compensar a los ancianos indigentes con varias formas de apoyo suplementario.

Por el socorro (muy necesario, pero necesariamente muy limitado) que brinda el gobierno a quienes trabajan toda la vida sin acumular medios que les permiten terminar sus días con dignidad, la generosidad obligatoria de quienes pagan impuestos se suma a la generosidad obligatoria de quienes cotizan.

Según estudios del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo, todos los meses el sistema AFP recibe unos 500 mil millones de pesos de los trabajadores cotizantes. Todos los meses reparte 200 mil millones a los jubilados. La mayor parte de los otros 300 mil millones termina en la bolsa o en las empresas de seguros.

Con los antecedentes susodichos se puede comprender la furia de las hasta ahora 2 millones de personas -en un país con una población total de 18 millones- quienes han desfilado en las calles exigiendo el fin del sistema AFP. A la luz de una historia nacional, que tiene que haber dejado huellas profundas de terror todavía restantes, es probable que hayan permanecido en las veredas otros igualmente furiosos quienes hasta ahora no se han atrevido a sumarse a las manifestaciones.

Veamos ahora la otra cara de la moneda. La intelectualidad y los medios de comunicación masiva de la derecha y del centro esgrimen poderosos reparos a los enjuiciamientos contra las AFP que surgen del pueblo. El prefacio a sus reparos posee un gran encanto retorico, lo que hace su argumento aún más potente.

El prefacio a la defensa de las AFP es que en principio los gobiernos deben resistir la tentación de ceder ante la voz de la calle. Este prefacio encanta al lector y al televidente porque quien no crea la voz de la calle sino crea un argumento que ostenta ser el consenso de los expertos, es por el simple hecho de creerlo, promovido. Es promovido al renglón superior de los expertos, o por lo menos al renglón superior de los buenos ciudadanos quienes respetan a los expertos.

Simplificando, pero no exagerando, el argumento parte de la base que el factor principal que determina que las jubilaciones son bajas no es el sistema AFP. El factor principal es que los sueldos son bajos. Cotizando 12,5% sobre la base de un sueldo magro durante la vida laboral siempre va a producir una jubilación magra. Segundo paso del argumento: Para subir los sueldos hay que subir la productividad. Tercer paso: Para subir la productividad hay que invertir más y no menos. Conclusión: Terminar con las AFP es un paso atrás. No es un paso adelante. Un sistema de reparto directo del dinero de los trabajadores jóvenes a los ex trabajadores de la tercera edad (recomendada por la experta polaca Leukadia Oreziak, una voz disidente en el coro de las voces de los expertos) sin pasar por el tramo intermedio de invertir dinero en las empresas, resta capital donde hay que sumar capital.

Este argumento, mejor dicho, este tipo de argumento, requiere para ser válido una premisa clave común. Es una premisa común que tiene el estatus de postulado inconsciente del paradigma dominante. No es una premisa improvisada en Chile para defender las AFP. Es cantada en todas partes en la letra del himno internacional de la modernidad. La creen casi todos los expertos. La creen casi todos los políticos. En lo que se podría llamar la conciencia colectiva de la época nuestra está instalada a un nivel profundo donde ni siquiera es articulada, ni menos cuestionada.

 La premisa clave es que el bienestar de todos depende de la inversión; depende de lo que la economista Marilú Trautmann llama “acumular para acumular.” A estas alturas de la historia los principales medios de comunicación de masas, que son medios que hablan con la voz de los inversionistas porque sus dueños son inversionistas, ya durante casi tres siglos han venido transmitiendo mensajes al público que subentienden que la producción depende de la rentabilidad de la inversión. El bienestar a su vez depende de la producción.

En el siglo veintiuno, este paradigma ya no es un postulado consciente. Ha llegado a conformar el subconsciente colectivo. Los medios de comunicación masiva (MCM) repiten sin cesar lo que sus lectores y sus televidentes ya asumen sin pensar. Presuponen sin necesidad de decirlo que la primera cosa que cualquier gobierno tiene que hacer, antes de cualquier otra cosa, es complacer a los inversionistas. Si invertimos, todo va bien. Hay empleo, hay abastecimiento, hay crecimiento y por lo tanto hay disminución de la pobreza, hay ingresos imponibles para llenar las arcas del fisco. Si no invertimos todo va mal. Sube la frustración de la gente, la desesperación, hasta sube la delincuencia. La voz de los MCM coincide con la voz de los expertos. Ambos coinciden con lo que el público durante siglos se ha acostumbrado a oír.

Las evaluaciones que merecen las AFP, las distintas reformas propuestas a las AFP, y los distintos reemplazos propuestos para armar otro sistema de jubilación distinto de las AFP, dependen en gran parte de si estamos  listos para desenterrar esta premisa profunda de  las fundamentaciones de las políticas públicas actuales. Depende de si somos capaces de subirla a la luz del día y examinarla.

Cuando la defensa de las AFP reza que hay que subir la productividad para poder subir los sueldos uno no sabe si hay que reír a carcajadas o llorar a cangilones.  A nivel mundial, durante los 40 años (más o menos) de los experimentos neoliberales, la hipótesis de que mayor productividad conduce a mayores sueldos no se ha verificado. Al contrario, los beneficios del crecimiento económico han sido capturados por minorías. A nivel chileno no hay mejor prueba que los 36 años del experimento de las AFP. Las AFP iban a capitalizar la industria y a la vez asegurar para la masa trabajadora una vida digna en su tercera edad. Efectivamente se confirmó la primera parte, pero no se confirmó la segunda.

Pero en fin de cuentas, aunque nos riamos, aunque lloremos, a pesar de sus tonterías la defensa de las AFP tiene en su premisa clave una base sólida. Aunque el crecimiento productivo no sea ninguna garantía de la justa repartición, sigue siendo cierto que si no hay producción no hay nada para repartir. Si es cierto también –aquí está la premisa clave—que sin inversión no hay producción, entonces inevitablemente es preciso complacer a los inversionistas cueste lo que cueste.  Sean lo que sean los principios económicos generales, de hecho, tal como está organizada la economía chilena hoy en día, los inversionistas capturan los ahorros de los trabajadores por el intermedio de las AFP. Es su manera de funcionar. Tal como está organizada, de otra manera no funciona.

Los partidarios de suprimir las AFP tenemos que convencer a quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones que la economía chilena puede funcionar sin las AFP, en circunstancias que, por diversas razones, entre ellas el bajo precio del cobre, a estas alturas apenas funciona con las AFP.

Aquí cabe la propuesta de una gran AFP estatal. Se sigue alimentando las empresas con capital. Se cuenta con el poder del estado para inclinar el reparto de los beneficios más a favor de los ciudadanos de la tercera edad.

Sus críticos denuncian que una AFP estatal va a subir el monto de las jubilaciones menos que un sistema de reparto, o sea menos que un sistema de solidaridad entre trabajadores activos y trabajadores jubilados. Parece ser cierto. Pero hay más. Aun con un sistema de reparto nadie espera poder subir las jubilaciones más que al doble de sus montos actuales. 64 por 2 son 128. 112 por 2 son 224.

Hay más todavía. No es solamente el caso que los sueldos de las mayorías son miserables. No es solamente el caso que las jubilaciones son insuficientes para vivir. También falta dinero para cumplir con la promesa de educación universitaria gratuita. También el estado se encuentra incapaz de financiar más que el 70% de los presupuestos de los hospitales públicos, pretextando la fantasía de que van a cobrar el otro 30% a los pacientes. El resultado es que están permanentemente en déficit, a veces sin medicamentos y otros insumos necesarios. Los proveedores ya no les fían. Exigen efectivo. No tienen efectivo.

En fin, Mefistófeles ofrece a Chile dos opciones: (1) O una economía con niveles escandalosos de desigualdad y niveles trágicos de exclusión. (2) O una economía que no funciona.

Algunos creemos que la auténtica solidaridad es capaz de ampliar la gama de las opciones, siempre y cuando seamos capaces examinar la premisa clave. A fin de examinarla y luego revisarla, es preciso verla.

No se trata de ver otros hechos. Se trata de ver los mismos hechos de otra forma.

 Se puede poner unas gafas que enfocan la necesidad de transformar la realidad cuando otros con igual razón enfocan la necesidad de aceptar la realidad. Quienes ven la problematique según el espíritu y no según la ley –para invocar un símil de San Pablo—hablan de otra manera porque ven de otra manera. Hablan distinto porque ven distinto. En sus ojos los mismos hechos tienen otra forma. Ven un pato donde otros ven un conejo. Es el mismo monito. El mismo mundo. El mismo Chile. Para los unos es un conejo. Para los otros es un pato.

Dicen quienes ven el conejo que hay que complacer a los inversionistas. Hay que atraerlos para que vengan. Hay que complacer a los que ya están para que no se vayan. Pío pío pío.

Dicen los que ven el pato que hay que profundizar la democracia. El hecho que tenemos que complacer a los inversionistas antes de hacer cualquier otra cosa es el problema. No es la solución. Pío pío pío.

Primero “los patos” ven que hoy en día sin ningún cambio, gran parte de la producción de bienes y servicios no depende de la rentabilidad de grandes inversiones con fines de lucro en el sector privado. Ya existen una serie de otras dinámicas. Hay por ejemplo en todas partes lo que el economista José Luís Coraggio llama la economía popular. Son los miles de pequeños emprendedores que no acumulan. Trabajan para vivir. El gasfiter del barrio. La panadería de la esquina. Segundo, los patos están alertas para ver las oportunidades para hacer gobernable la economía por fomentar el pluralismo, por captar rentas, por negociar pactos favorables a las mayorías, y por colaborar en forma constructiva con el empresariado. Este segundo punto se trata con mayor detención en una de las lecturas recomendadas (Razeto 2015).

Mientras tanto, mientras siga sin solución el problema de las jubilaciones bajas, y mientras siga demorando la transformación de una realidad que no puede funcionar sin explotar y excluir, los ancianos indigentes siguen deambulando por las calles hasta que ya no puedan levantarse de sus lechos porque ya no son ambulatorios. Según la lógica fría del mercado no deben existir porque su dinero no alcanza para comprar el mínimo necesario para sostener la vida. Siguen existiendo porque hay otra lógica que es la lógica cálida de la solidaridad. Hay hijos y nietos leales quienes cuidan a sus madres y padres, a sus abuelitas y a sus abuelitos. Hay amistades. Hay congregaciones religiosas, hogares sin fines de lucro, y voluntarios. Hay el mismo personal del Servicio Nacional de Salud. Siendo ellos mismos sobrecargados de trabajo y mal pagados, a menudo obligados a trabajar dos turnos para ganar suficiente para mantener a sus hijos, igual atienden a los ancianos indigentes con entereza y compromiso.

La apuesta de la economía social y solidaria es que la misma lógica cálida que rescata a los victimas del sistema es capaz de transformar el sistema.

Lecturas Recomendadas

Fernando Atria (2013), Neoliberalismo con Rostro Humano. Santiago: Catalonia

Comisión Asesora Presidencial Sobre el Sistema de Pensiones (2015), Informe Final. Santiago: Gobierno de Chilewww.comision-pensiones.cl

Manuel Antonio Garretón (compilador) (2016), La Gran Ruptura: Institucionalidad Política y Actores Sociales en el Chile del Siglo XXI. Santiago: LOM

Raúl González y Howard Richards (compiladores) (2012), Hacia otras Economías. Santiago: Academia de Humanismo Cristianowww.repensar.cl

Luis Razeto (compilador) (2015) Repensar la Política en un Mundo Complejo. Santiago: Universitas Nueva Civilización. repensar.cl/wp-content/uploads/2015/11/Los-políticos-12.pdf