Por Camilo Bahamondes Albie
Abogado colaborador de Chileufú
Intuyamos qué es felicidad rural, siendo esta la idea a enarbolar en este artículo. Podemos sentir que está ahí: que, en el campo, es perfectamente posible ser feliz.
El concepto de Felicidad Rural expuesto por nuestro vecino Sr. Howard Richards- en sus postulados de su pensamiento el cual mezcla ciencia organizacional, filosofía, derecho y economía- es un concepto vivencial, el cual nos señala que para dar el ancho con la crisis civilizatoria actual, necesitamos ser culturalmente creativos respecto de qué hacemos con nuestra existencia desde la determinación que se da en nuestras conductas y nuestra condición, desde la dimensión ética de la vida.
Para ello, la “receta” para asir una felicidad rural, sería, por ejemplo, en economía, organizar flujos permanentes donde las utilidades se muevan donde se necesiten, como sucede, por ejemplo, al compartir sin más los excedentes que cada uno puede tener en sus economías. Hay que entender que el objetivo en definitivas cuentas es la felicidad humana en armonía con la naturaleza.
En la consecución de la felicidad rural en las vidas de las personas, se conjugará una dinámica de opuestos entre dignidad y humillación entre quien logre esta felicidad rural y quien no dentro de sus posibilidades. Para que sea éste conocimiento de la felicidad rural un conocimiento vivencial, y que en consecuencia, la felicidad que éste describe sea real, se necesitan muchas actitudes serviciales hacia desempeños fraternos y ecológicos que tengan la fuerza creativa para rectificar la disfuncionalidad de los principios actuales que organizan la vida humana en la Tierra basados en relacionarse el uno con el otro meramente como “comprador y vendedor” (El resabio atávico de aquel Ius Gentium de la cultura Romana, en el cual necesariamente alguien gana y otro pierde, uno es privilegiado y otro excluido).
Ahora que la modernidad no está funcionando por ser -por ejemplo- cada día más violenta, cultivar la felicidad rural puede ser uno de varios caminos hacia formas de preservar los logros de la humanidad, cuidarnos, mientras trabajamos cultural y colectivamente para que se puedan deshacer los elementos catastróficos de la humanidad.
El campo siempre ha sido una locación privilegiada para plantear nuevos principios fundamentales cuyos preceptos son aprendizajes del pasado orientados al mejoramiento del presente y el futuro. Las tradiciones ancestrales, tienen una ventaja para ser reconsideradas como usos vigentes hoy, pues han pasado la prueba del tiempo, por cientos o miles de años, y eso es porque funcionaban y funcionan hasta hoy.
En síntesis, la idea de felicidad rural consiste en retornar a la simpleza de existir haciendo un trabajo significativo, disfrutar el prestigio de ser un miembro valioso en la comunidad, ser retribuidos lo suficiente por el trabajo para disfrutar de una seguridad básica, y hacer todo esto en el campo, en vez de en la ciudad. Éstos –los campos- son los espacios donde los seres humanos por miles de años hemos vivido cerca de la naturaleza, preservando tradiciones de convivencia en armonía, lejos de las muchedumbres enloquecidas de las ciudades.
Así concebida, la felicidad rural puede ser una contribución ética óptima para lidiar con estos problemas derivados de la catastrófica dirección en la cual la historia actualmente se está moviendo, con sus síntomas respectivos: la pobreza -que genera rabia-, inseguridad alimentaria, la humillación social de los excluidos, postergación y otros fenómenos derivados meramente de la forma en como nos relacionamos actualmente los humanos. Dejando esto atrás, mediante la práctica de la felicidad rural, en definitiva, nos consumar el más bello ideal de cómo la vida humana puede ser, tal como plantearan ya los bucólicos, Virgilio en sus Geórgicas, así como en los trabajos de Hesíodo